Me gustaría empezar este artículo con un sencillo ejercicio de bricolaje. Para ello necesitaremos tener:
-Pintura acrílica de cuatro colores distintos.
-Un tablero de ajedrez.
-Una navaja.
Y necesitaremos no tener:
-Corazón.
Primero, con la navaja, marcaremos las cuatro casillas centrales del tablero con un aspa y dibujaremos un cuadrado de 2×2 escaques en cada esquina, tal como indica el diagrama:
A continuación, trazaremos dos líneas paralelas verticales y dos horizontales dibujando una cruz griega que ocupe todo el tablero, así:
Por último, valiéndonos de las pinturas acrílicas, pintaremos el tablero del siguiente modo:
Como se puede ver, el ejercicio consiste en transformar un tablero de ajedrez en un tablero de parchís. En realidad nuestro parchís solo tiene 24 casillas, en vez de 68. Pero podemos utilizarlo para partidas rápidas. Una modalidad de parchís blitz. Si lo que se buscamos es un parchís genuíno, tendremos que utilizar pintura blanca para cubrir las casillas del recorrido y dividir luego éste en 68 segmentos. El resultado vendría a ser algo así:
Ahora, cojamos nuestro tablero de ajedrez y resolvamos el siguiente problema:
Evidentemente, por mucho que uno le de vueltas, no hay solución posible porque el problema no tiene sentido. Pero lo que si hemos conseguido demostrar es que la forma en que dividamos el tablero nos dará la medida de su espacio y, en consecuencia, definirá las reglas posibles y las reglas no posibles. En este caso, hacer jaque mate no es una regla posible, ya que para hacer jaque mate necesitamos un espacio que se comporte de un modo distinto a como se comporta en un tablero de parchís.
El primer tablero de ajedrez.
Los arqueólogos llevan años desenterrando tableros y piezas de ajedrez en los lugares más variopintos. Tal es la popularidad que ha alcanzado el juego. Ahora bien, cada región tiene sus particularidades y juega una variante propia del juego. Así pues, tenemos el Ajedrez Chino:
El ajedrez japonés:
o su miniatura: el Minishogi:
O, sin necesidad de ir tan lejos, también podemos encontrar un ajedrez en miniatura occidental en el Ajedrez de Los Alamos:
o versiones hipertrofiadas como el ajedrez Courrier , que causó furor en la Europa medieval:
¿Que tienen todos estos tableros en común?. En primer lugar, un antecesor: el Chaturanga. Aunque los historiadores del ajedrez (que haberlos haylos) no se ponen de acuerdo acerca del lugar de origen del juego, parece que la opinión común da por hecho que nació en la India. Sin embargo, no existen evidencias arqueológicas que lo demuestren.
La primera mención en un texto indio de que se tiene referencia es el Vinayapitaka(escrito hacia el siglo III a.C). En él no hace referencia al juego en sí, sino al tablero. El ajedrez, por aquél entonces, aún no tenía tablero propio y se jugaba sobre el tablero de un juego anterior: el Ashtâpada.
Las reglas del ashtapada no se conocen hoy, pero por la disposición de sus marcas los historiadores mantienen que se trataba de un juego de recorrido en espiral, como la oca en españa o el parchesi en la india.
Todos los juegos de recorrido en espiral tienen un antecesor común: el Senet egipcio, que es una mezcla de juego-calendario cuyo recorrido representaba el ciclo temporal (el anual, el de la vida, el cósmico…). Su descendiente más directo es el Backgammon; y sus reglas no varían mucho. Las fichas se mueven en una sola dirección y el jugador, valiéndose de los dados, tiene que llevarlas a la casilla final. Por supuesto, los otros jugadores tratarán de ser ellos quienes lleven todas sus fichas a la llegada antes que nadie. Como se verá, el tablero funciona de forma completamente distinta, pues a diferencia del de ajedrez, dibuja un recorrido prefijado del que las piezas no pueden desviarse. La diferencia de los dados no es tan importante, ya que el ajedrez se jugabó también con dados durante mucho tiempo.
Por tanto, para los primeros jugadores de chaturanga la única diferencia visible entre éste juego y el ashtapada eran las piezas utilizadas. El movimiento de las fichas de ashtapada era en todas el mismo y unidireccional. Por el contrario, el chaturanga tenía fichas con distintos movimientos. El chaturanga no representaba ningún ciclo, sino el campo de batalla. En cierto sentido, igual que el senet egipcio representaba el Tiempo, el chaturanga representaba la Batalla:todas las batallas. Esa nueva ideología estaba contenida en las nuevas piezas.
Dominación.
Si los juegos de recorrido son, en esencia, una carrera (en inglés se conocen como race games) jugar al chaturanga es un acto de dominación. Consiste no en recorrer, sino en dominar.
Recuperemos nuestro tablero de ajedrez por un momento. Vemos ahora que guarda cierto parecido con el tablero de ashtapada con el que se jugaban las primeras partidas de chaturanga:
Si queremos jugar a la guerra sobre este tablero tendremos que suprimir primero la idea de camino. Las batallas no se hacen, como el camino, al andar, sino al dominar al adversario. Por tanto, enfrentaremos a dos adversarios de colores distintos sobre el tablero dejando que esas piezas muevan en cualquier dirección. Algo parecido a lo que ocurre en el Alquerque, o su antecesor indio, el Terhuchu. Pero ni siquiera transponiendo el terhuchu a un tablero de ashtâpada obtenemos, ni por asomo, el ajedrez. De hecho, lo que se obtuvo de esa trasposición (siglos más tarde, en Persia y ya sobre un tablero de ajedrez) fueron las damas. Por tanto, es evidente que con sólo estos elementos no encontramos motivo alguno para el extraño comportamiento de las piezas de ajedrez. Hacer un jaque mate sobre un tablero de ashtapada debería ser en aquella época tan absurdo como tratar de hacerlo hoy sobre un tablero de parchís. ¿Qué fue entonces lo que llevó a los primeros jugadores de chaturanga a mover las piezas de aquella manera?.
Si la respuesta está en el tablero, entonces no está en la India. Todo lo que tenían era un tablero de un juego de recorrido y un juego de guerra que tardarían en superponerse casi un milenio y lo harían en tierras lejanas. Si queremos encontrar el origen del movimiento de las piezas de ajedrez tendremos que buscar en otro lugar, un imperio vecino con el que la religión budista y La Ruta de la Seda le ligaban íntimamente: China.