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apuntes del natural
Métrica Española (1): Hispania

 

¿Qué se puede esperar de una nación que rechaza dos tercios de su historia? Poca cosa, la verdad. Vergüenza de sí misma, complejo de inferioridad… ¡Esa es España! El imperio bajo el que se fundó la Edad Moderna siempre cabizbajo y temeroso de ir diez pasos por detrás del resto del mundo. La causa es el proceso mismo que la hizo cristalizar como nación: una operación perpetrada por los Reyes Católicos y que duró varios siglos llamada limpieza de sangre, y que iba acompañada de un aún más poderoso lavado de cerebro. Un titánico intento de la Península de sustraerse a las leyes geográficas que rigen la historia, sus flujos demográficos, las fronteras linguísticas, culturales y étnicas.

El año 1492 se producen varios hechos que darán lugar a lo que hoy conocemos como España. Primero: la expulsión de los judíos. Segundo: la conquista de Granada. Tercero: el descubrimiento de América. Los dos primeros son una puerta cerrada al pasado. El último es una puerta al futuro que nadie supo abrir. Y España se queda suspendida entre esos dos paréntesis, en epojé, que dicen los filósofos, y que viene a significar como si existiera, pero sin afirmar ni negar esa existencia. Dada esa condición parentética de lo español, no es de extrañar que, para los españoles, España sea un tema casi metafísico. Sin llegar a tanto, yo pretendo abordar aquí un problema métrico de un idioma, el español, que si bien no es exclusivo de España, sí se fraguó al mismo tiempo que ésta y, por lo tanto, fue definido por los mismos avatares.

En 1492 se produce también otro hecho fundamental: Nebrija edita la primera Gramática española. En ella nos encontramos con un idioma cuyas características están plenamente maduras. Ya en su prólogo, Nebrija cuenta a los Reyes Católicos cómo puede servir éste libro a su proyecto “nacionalista”.

Assí que, después de repurgada la cristiana religión, por la cual somos amigos de Dios o reconciliados con Él; después delos enemigos de nuestra fe vencidos por guerra i fuerça de armas, de donde los nuestros recebían tantos daños i temían mucho maiores; después dela justicia i essecución delas leies que nos aiuntan i hazen vivir igual mente enesta gran compañía que llamamos reino i república de Castilla, no queda ia otra cosa sino que florezcan las artes dela paz. Entre las primeras es aquella que nos enseña la lengua, la cual nos aparta de todos los otros animales i es propria del ombre i, en orden, la primera después dela contemplación, que es oficio proprio del entendimiento. Ésta, hasta nuestra edad, anduvo suelta i fuera de regla i a esta causa a recebido en pocos siglos muchas mudanças por que, si la queremos cotejar con la de oi a quinientos años, hallaremos tanta diferencia i diversidad cuanta puede ser maior entre dos lenguas.

Antonio de Nebrija, Gramática sobre la lengua castellana.

En definitiva, el proyecto de Nebrija es fijar una lengua que sirva de aglutinante en el proyecto de los Reyes Católicos definido por la frase: Hispania tota sibi ipsi restituta est. La Hispania restituída en una nación llamada España que heredará, no solo las fronteras de la antigua provincia romana, sino también su cultura, rechazando todo aquello que no pueda demostrar su latinitas o, lo que en ese momento es casi sinónimo, su cristiandad. Por tanto, Nebrija aborda dos propósitos: uno fijar las reglas del español. La otra, derivar estas reglas del latín, caiga quien caiga, pues de otro modo tal gramática no sería útil a las necesidades políticas de su tiempo. Este último propósito le lleva a forzar una conclusión que, hasta nuestros días, es tenida por verdad absoluta: el español deriva del latín. Evidentemente, a grandes rasgos, esto es completamente cierto. Pero a poco que se hurgue nos damos cuenta de que esta afirmación por sí misma no puede explicar todos los fenómenos producidos en nuestra lengua. El caso más llamativo es el de la métrica española.

Nebrija aborda la cuestión de la métrica casi al principio de su Gramática, en el Libro Segundo, y empieza tratando de las características de la sílaba.

Tiene esso mesmo la sílaba longura de tiempo, por que unas son cortas i otras, luengas: lo cual sienten la lengua griega i latina i llaman sílabas cortas i breves alas que gastan un tiempo en su pronunciación, luengas alas que gastan dos tiempos; como diziendo “corpora” la primera sílaba es luenga, las dos siguientes breves, assí que tanto tiempo se gasta en pronunciar la primera sílaba como las dos siguientes. Mas el castellano no puede sentir esta diferencia, ni los que componen versos pueden distinguir las sílabas luengas delas breves, no más que la sentían los que compusieron algunas obras en verso latino en los siglos passados, hasta que agora, no sé por qué providencia divina, comiença este negocio a se despertar. I no desespero que otro tanto se haga en nuestra lengua, si este mi trabajo fuere favorecido delos ombres de nuestra nación.

Antonio de Nebrija, Gramática sobre la lengua castellana.

Quiere Nebrija, como a la sazón empieza a ocurrir en otras naciones europeas, derivar la métrica romance de la métrica grecolatina. Pero se encuentra con un problema en el que vale la pena detenerse un instante, ya que tiene mucha más enjundia de lo que a primera vista pudiera parecer.

La prosodia (y, por tanto, la métrica) grecolatina es una prosodia cuantitativa, esto es, se rige por la duración de las sílabas, y no sus acentos. El español, en cambio, como las demás lenguas romance, tiene una prosodia acentual, es decir, se rige por los acentos de las sílabas, pues la duración de éstas no está sujeta a regla alguna. Esto no pasaría de anecdótico de no ser por que toda la métrica grecolatina se fundamenta en el concepto de cantidad (duración de las sílabas), y su piedra angular es la siguiente ecuación:

2 sílabas breves = 1 sílaba larga

Esta ecuación no era algo específico de la poesía, sino que se cumplía también en el habla coloquial en los tiempos de esplendor del Imperio Romano. No era necesario conocer la gramática latina, del mismo modo que hoy, sin necesidad de saber leer, todo hispanohablante usa las sílabas tónicas y las átonas del mismo modo. Lo único que hacía la prosodia era imitar esta característica del idioma y utilizarla en provecho de la poesía. Sin embargo, con la decadencia del Imperio Romano y con la progresiva llegada de los pueblos bárbaros, el latín coloquial fue perdiendo sus propiedades cuantitativas hasta convertirse en una lengua incompatible con su propia prosodia. De ahí que no se escribiera en latín vulgar, y solamente el latín culto fuese apto para la poesía y la prosa regida por el arte de la retórica, que incluía en su corpus normas rítmicas para la prosa (llamadas numerus) que en la edad media acabaron degenerando en el cursus preceptivo de las Ars Dictandi. Al no poder fijarse por escrito, ese latín vulgar se hizo propenso a cambios rápidos, por lo que pronto dio lugar a lo que hoy conocemos como lenguas romances. Y los poetas, entonces, debieron sentirse profundamente desconcertados, porque toda la poesía grecolatina, todo su aparato métrico, todas las herramientas de las que disponía un poeta para su arte, se basaban en la mencionada ecuación: una sílaba larga = dos sílabas breves. Pero si las sílabas perdían su cantidad, si ya no existían vocales largas o breves, sino vocales a secas, ¿cómo iba a ser posible hacer poesía en lengua romance? Vemos pues que los poetas de los primeros siglos de la Edad Media tenían motivos muy razonables para no escribir poesía en romance: No por desprecio sino porque, sencillamente, no era posible.

Esta es la razón por la que, durante más de medio milenio, se empleara una lengua para hablar y otra para escribir. A este fenómeno se le llama diglosia.  Y Nebrija escribe su Gramática cuando ese régimen de diglosia ha sido ya superado hace varios siglos. Codifica una métrica acentual que ya existe. ¿Pero cómo surgió realmente esa métrica acentual? Según los tratadistas, las leyes de la métrica grecolatina se fueron olvidando a medida que se hundía el Imperio Romano hasta que algunos juglares se animaron, casi mil años después, a intentar versificar un poco, a oído, y, ya de paso, memorizar también a oído los 3735 versos que componen el Cantar del Mio Cid, versos éstos que tienen una métrica irregular y, por ello, más difíciles de retener en la memoria. Ocurría esto hacia el año 1200, y cincuenta años más tarde, por fin, con la aparición del Mester de Clerecía parece que el romance encuentra su propia métrica: una métrica regular que, a diferencia del latín, se basa en los acentos, y no en la cantidad silábica, y que en vez de la ecuación 1 larga = 2 breves (imposible en lengua romance) tiene como piedra angular la ley de la compensación silábica.

De la nada. Esta nueva métrica parece brotar de la nada, tras unos dubitativos ensayos juglarescos. Pero se hace un poco extraño pensar en los juglares intentando reproducir, en su métrica fluctuante, el octosílabo cuando el octosílabo aún no existía. Los teóricos aquí afirman que lo que trataban de reproducir era la sonoridad de los versos latinos, pero eso también es muy dudoso cuando esa sonoridad se la daba precisamente aquello de lo que la lengua romance carecía: las sílabas largas y cortas. Y los más avispados dicen que lo que en realidad hicieron fue sustituír las sílabas largas por las sílabas tónicas de la lengua romance, y las cortas por las átonas. Pero el latín ya tenía sus propias sílabas tónicas y átonas, que funcionaban de forma completamente independiente de la duración. ¿Por qué iba a alterar nadie esos acentos en los hexámetros latinos, haciéndolos coincidir con largas y breves?

Pondré un ejemplo para que esto se vea con claridad. No hace falta recurrir al latín. Señalaremos las sílabas largas (con la vocal aa) como _, las cortas (con la vocal a) como U. Las sílabas tónicas serán ó y las átonas o.

Paapá pápapaa paapáa

_ U U U _ _ _   Si contamos sílabas largas ( _ ) y breves ( U )

oó óoo oó          Si contamos sílabas tónicas (ó) y átonas (o)

Desde el punto de vista latino, las sílabas largas son la primera, la quinta, sexta y séptima. Por tanto los acentos de este esquema métrico traducido al romance deberían ir en las sílabas 1,5,6,7. Pero lo cierto es que las palabras latinas ya tienen sus propios acentos en 2, 3 y 7. Su estructura acentual a oído, como supuestamente trabajaban los juglares, sería oó óoo oó, y no óo oó óó, que es lo que se supone que habría interpretado un juglar.

Y aún suponiendo que los juglares, por medio de algún milagro, hubiesen logrado superar ese obstáculo, si alguien intenta adaptar, aún hoy, los pies grecolatinos en virtud de la sustitución larga-tónica se encontrará con que la mayoría de ellos son impracticables en español por contener dos sílabas tónicas seguidas en la misma palabra, algo que jamás ocurre en nuestro idioma (de hecho, ni siquiera ocurría en latín). Se hace muy difícil creer que ni los juglares ni el Mester de Clerecía sacasen las leyes de su poesía de la métrica grecolatina, como pretendía Nebrija. Y este argumento tiene, en realidad, una finalidad exclusivamente política: la filiación latino-cristiana de la métrica romance dentro de la programática restitución de la Hispania que llevaron a cabo los Reyes Católicos.

 

En la figura vemos un ejemplo de distribución de largas y breves en una de las estrofas grecolatinas más conocidas. De este modelo se pueden extraer multitud de hipotéticas variantes en una métrica silábica, pero entre ellas no se mantendrá la coherencia que guardan en latín.

Pero entonces se abre una pregunta de difícil solución: ¿cómo aprendieron a versificar los primeros poetas españoles? Si España no es otra cosa que la antigua Hispania restituida, esa pregunta carece de solución. Pero todos sabemos que no es así, que España fue también llamada por otros nombres, entendida por otras culturas y sentida desde otras religiones ajenas al cristianismo. Y a esas otras Españas deberemos acudir si queremos comprender el nacimiento de la métrica en lengua romance, que no es solo la métrica de España, sino la de todos los que hablan el español; y no es sólo la métrica del español, sino la de todas aquellas lenguas que en Europa nacieron al mismo tiempo, derivadas del latín, pero sin las múltiples influencias que recibiría la Península Ibérica y que harían de su cultura una de las más florecientes de toda la Edad Media.

 

Continuará en

MÉTRICA ESPAÑOLA (2): AL ANDALUS

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